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Seguir otros caminos
Los riesgos de la aventura atómica
Hernán Sorhuet Gelós
El tema energético vuelve a estar sobre la mesa como asunto estratégico a ser discutido. Su complejidad incluye aspectos tan diversos como aumentar la producción hidroeléctrica, quedar incluidos en el circuito regional de gas natural, lograr acuerdos permanentes de suministro eléctrico reforzando la conexión con Brasil, aumentar significativamente la producción de energía de fuente alternativas y renovables. La otra posibilidad que comienza a manejarse preferimos separarla, pues entendemos que merece comentarios específicos. Nos referimos a la posibilidad de producir electricidad a partir de la energía atómica. Quizás su mayor singularidad radica en que se trata de una fuente energética que cuenta con firmes defensores, pero también con acérrimos opositores y una opinión pública muy sensible a la peligrosidad potencial de su uso. Luego de tomar estado público la magnitud del mayor accidente nuclear, ocurrido el 26 de abril de 1986 en Chernobil, es lógico que se ganó muchísimos enemigos.
Quién puede olvidar el terrible saldo en vidas humanas. Hasta el presente la radiación escapada de esa planta atómica, mató a 55 mil personas, y afectó a otras 150 mil. Lo aterrador es que los expertos defensores de esta tecnología, siguen diciendo que fue un accidente que no debió ocurrir, considerando las medidas de seguridad existentes. Pero a pesar de todas las especulaciones y afirmaciones teóricas, la catástrofe se produjo. Muchos años después y con el impacto de Chernobil aún fresco, Japón sufre el peor accidente nuclear de su historia, cuando en octubre de 1999 se incendió una planta procesadora de uranio -combustible para plantas nucleares- en Tokaimura, ubicada a solo 125 kilómetros de Tokio.
La impericia de sus empleados, una vez más demostró que un accidente que jamás debía ocurrir, ocurrió. A la luz de los hechos, la opción nuclear para producir electricidad solamente es buena para aquellos países que no tiene otra, como Japón. Sus defensores dicen con acierto que es una tecnología limpia en materia de emisiones a la atmósfera de gases invernadero, que están provocando el cambio climático. Pero también hay que considerar los graves riesgos que implica. Aunque se quiera afirmar lo contrario, la producción de electricidad en plantas atómicas no es en absoluto una fuente segura de energía. Considerando la extrema gravedad que caracteriza a un accidente nuclear, ya sea que se produzca una fuga de radiación al exterior o se contamine con ella parte de su personal, la baja probabilidad de que ocurra, igualmente resulta inaceptable. Si se produjera un accidente nuclear de magnitud en nuestro país, dada sus dimensiones podría inhabilitar buena parte de su territorio.
Veamos otras de sus múltiples "contras". Es una energía muy costosa. Nos generaría una dependencia absoluta del exterior. Su construcción, mantenimiento, reparación, combustible, capacitación y desmantelamiento debemos comprarlo fuera de fronteras. Hay que construir un basurero nuclear moderno y seguro, con el equipamiento necesario. Las medidas especiales de seguridad también son caras. En caso de un accidente, nadie responderá por los daños. ¿Quién se hará cargo de los costes de reparación y descontaminación? Porque las aseguradoras solo aceptan seguros parciales por accidentes nucleares. Se necesitan centros médicos especializados para tratar a posibles contaminados (operarios y técnicos). Entonces, para calcular el costo del kilowatts debemos considerar todos estos costes. Si lo hacemos llegaremos a la conclusión que es una energía cara. La conclusión es que energía nuclear es la última opción. Nuestro país tiene mucho camino por recorrer antes de embretarse con ella.
Publicado en El Pais, Montevideo, 1 de marzo 2006. Se reproduce en nuestro sitio únicamente con fines informativos y educativos.