El movimiento ambientalista en debate
El Judas verde
Carolina Porley
El movimiento ambientalista viene siendo cuestionado duramente por diferentes sectores de la izquierda política. El embate desconoce la heterogeneidad que encierra el movimiento en Uruguay y las diferentes teorizaciones que ha producido hasta el momento este campo analítico.
En las últimas semanas el movimiento ambientalista ha sido blanco de críticas que condenan sus métodos y cuestionan sus objetivos. Para muestra basta un botón. El senador del MPP Eleuterio Fernández Huidobro lo definió como "la izquierda cholula, amante de los pajaritos y de las ballenas blancas, hija de la bobeta, apartada de la realidad pero debidamente muy bien financiada". También en el ámbito técnico han surgido voces que interpelan la "ética ambientalista" al considerarla "extremista" por bregar por la "abstención" frente al desarrollo. Desde el ambientalismo se evalúa que la mala prensa se debe a una visión "simplista", fruto de una estrategia de "meter todo en la misma bolsa", negando la diversidad del movimiento en Uruguay, en donde conviven unas 70 organizaciones. Se fundamenta también que el ambientalismo en Uruguay es muy diferente al del Primer Mundo y que la mayoría se apoya en el voluntariado, con escasos financiamientos externos e internos.
El “curro” verde
Los críticos del ambientalismo suelen usar la imagen de activistas que portan remeras con la consigna "salvemos a las ballenas", impresas con tintas tóxicas (y por ende contaminantes), que venden al público para financiarse. Bajo esa mirada el ambientalismo es otro "curro", según expresión del ministro José Mujica, quien en su audición en M24, el 13 de enero, afirmó que los "ecologistas gritan y escriben paredes y después consumen el sudor de otros. Hay una especie de nudo central: la ecología también ha servido como curro".
Otras posturas, aun más duras, como la del diputado Carlos Gamou, destacan lo que sería la poca importancia dada por los ambientalistas a los beneficios que redundan de las inversiones y el desarrollo. Aludiendo a las manifestaciones de Greenpeace a mediados de enero, Gamou afirmó que a los ambientalistas “les haría falta escuchar un poco más el ruido insoportable de niños con hambre y dejarse de joder con el ruido de los pajaritos”.
Más recientemente, y desde el ámbito académico, se ha cuestionado la "esencia" de los planteos ambientalistas y se ha acusado a sus voceros de mal informar a la población. En un seminario sobre las plantas de celulosa,* el químico David González (firmante de la carta abierta sobre los polémicos métodos de blanqueo ECF y TCF) señaló que la "ética ambientalista desde el filósofo alemán Hans Jonas (1903-93) postula una abstención que sería inviable si lo que queremos es sostener esta humanidad de 6 mil millones de personas que viven gracias a la química, los fertilizantes y los transgénicos". Para González si se siguiera esa postura "deberíamos todos volver a la caza y la pesca ", y además "el rechazo del método ECF, porque genera una pequeña cantidad de dioxinas no detectables, está mal porque es una actitud que se opone a la tecnología, cuando las ciudades contaminan mucho más el río Uruguay".
Descontamíname
Desde el ambientalismo se considera que la estrategia de sus críticos ha sido la de simplificar sus planteos, etiquetándolos. Para Gabriela Pignataro, directora de la revista Ambios y de la ONG Cultura Ambiental, "algunos políticos, con intención de desprestigiar, han ridiculizado las posturas del ambientalismo cuando en realidad éste nunca pretendió un ambiente alejado de los procesos tecnológicos y productivos, pero sí analizar los complejos agroindustriales desde la capacidad de respuesta del territorio. (Tampoco) pretende industrias que no tengan residuos, pero sí que el Estado demuestre capacidad no sólo técnica, sino operativa, de poder dar cumplimiento a los controles. No pretende que no vengan inversionistas al país, pero sí que éstos se sometan a las mismas exigencias impositivas y logísticas que las empresas nacionales".
Hablar de "ONG ambientalistas" acalla la heterogeneidad existente: organizaciones voluntaristas con un perfil más conservacionista y "activista" conviven con otras dedicadas a la investigación o al trabajo local y social, como el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIEDUR) que ha estudiado diferentes aspectos del mundo productivo (pesca, modelo forestal, agricultura), u otros como el Centro de Estudios de Tecnologías Apropiadas (CEUTA), dedicado al análisis de nuevas formas de energía y tecnologías en armonía con el medio. "El movimiento en Uruguay siempre estuvo muy vinculado a lo socioambiental. No ha tomado sólo la bandera de la conservación de tal animal o planta, lo que por otra parte no es desmerecedor. No estoy afín con el ecologismo activista que lucha por una causa, no mira a los costados y no se sienta a dialogar en una mesa. Ese no es el rumbo del ambientalismo en Uruguay, que siempre se preocupó por las estrategias de desarrollo, y que ha logrado negociar con las autoridades para avanzar en temas clave como fue la energía nuclear, los humedales del este o el plomo", dijo Pignataro. Y el movimiento ha evolucionado: "Primero se habló de ecologismo, con visiones mas conservadoras y de preservación, luego de ecología social o humana, y hoy los ambientalistas plantean el desarrollo sustentable. Estos perfiles conviven y hay incluso dentro de las organizaciones que pelean para evitar que se extinga una especie individuos que integran la problemática a un problema de gestión de los recursos y adquieren una visión más amplia, incluyendo la interacción con el hombre", agregó.
También Pignataro destacó la postura de profesionales dedicados al ambiente, como Alice Altesor, que dan un valor económico a los ecosistemas para poder sentarse en una misma mesa con economistas y empresarios, y apostar al diálogo y no a la confrontación.
Para Eduardo Gudynas, del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), la discusión tiene que ver con distintas formas de conceptualizar el desarrollo: "La propia academia está dividida respecto a esas visiones. Está la postura antiambientalista que lo ve como algo que detiene al desarrollo; hay una segunda postura que busca atender los planteos ambientales e incorporarlos al desarrollo con medidas mitigadoras o compensatorias, y está la tercera visión que es la que busca partir de un rediseño de las estrategias de desarrollo, pensando nuevos caminos que estén en armonía con el ambiente. Los gobiernos generalmente están entre la primera y la segunda visión, y los ambientalistas entre la segunda y la tercera".
Para Gerardo Honty, presidente de la Red Uruguaya de ONG Ambientalistas (que reúne a 35 organizaciones), el malestar en torno al ambientalismo surge por las acciones instrumentadas por Greenpeace y las organizaciones sociales de Entre Ríos. "La Asamblea de Gualeguaychú no es una organización ambientalista, sino que surgió en 2001 cuando los movimientos sociales se autoconvocaron para resolver distintos problemas de la vida cotidiana. La actitud de Greenpeace también tuvo un impacto negativo por venir de ajuera. En general las organizaciones uruguayas fueron bastante prudentes ante el conflicto y quedaron atadas porque cualquier actitud contra las papeleras iba a ser vista como un argentinismo."
La división entre una postura más militante y otra más negociadora parece estar también en la interna de las organizaciones uruguayas. El 9 de marzo la Red difundió una carta en la que rechaza las medidas de fuerza adoptadas por la Asamblea de Gualeguaychú, pide levantar los cortes de ruta "como contribución necesaria para que el debate vuelva a su cauce", y considera que la medida "ha dado protagonismo al tema al costo de convertirlo en algo distinto de la preocupación ambiental". En la carta no hay una condena a las papeleras sino un pedido al gobiemo y a las empresas de avanzar en los planes de mitigación, monitoreo y contingencia pendientes, crear una comisión técnica mixta con la asistencia del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, y negociar un protocolo ambiental del MERCOSUR. Sin embargo otra carta, fechada el 4 de marzo y firmada por diez "organizaciones ecologistas" de Uruguay y por la Red socioambiental de Entre Ríos, da un claro apoyo a los cortes al destacar "el derecho inalienable de toda comunidad a defender la vida y la calidad de vida de quienes la integran y a oponerse a proyectos –tales como los de Botnia y ENCE– que desconocen ese derecho". Por eso, "nos resistimos a la instalación de éstas y otras fábricas de celulosa tanto en Uruguay como en Argentina", agrega la misiva.
Con respecto a críticas como la de González, que asignan al ambientalismo posturas antitecnológicas, Honty se preguntó si cuando se dice que la ciencia y la tecnología alimentan a una humanidad de 6 mil millones de personas, "¿estamos seguros de que este mundo está alimentando efectivamente a todos esos seres humanos?". Y aclaró que si bien dentro del ambientalismo hay teóricos que proponen un regreso a la vida natural más extrema, existe un abanico de posturas: "En el caso de CEUTA vemos que hay formas muy modernas de producción que conviven con la naturaleza pacíficamente. Hay una esquematización muy grande de esa visión, parque ni el mundo es como se lo pinta, ni querer cambiar esa situación implica ir hacia atrás, se puede ir hacia adelante de otra manera".
(*) El seminario sobre la conveniencia de las plantas de producción de celulosa fue organizado por el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y contó con la participación de Marcelo Caffera, Alice Altesor, David González, Ernesto González Posse y Víctor Bacchetta.
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Publicado en Brecha, Montevideo, el 17 de marzo de 2006. |
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