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La voz de la química y los que hablan con los árboles
Alma Bolón
El viernes 24 de febrero, Patrick Moyna, ex decano de la Facultad de Química, fue entrevistado en radio El Espectador, en su condición de cofirmante de una declaración sobre la instalación de las fábricas de celulosa.
La entrevista, acorde con el espíritu de la declaración, comienza y termina reivindicando una visión exclusivamente técnica del asunto: un popurrí de moléculas y de números incontaminados de política, sustraídos a cualquier controversia mundana. Asunto de “expertos”, como corresponde en una sociedad en que la política aspira a desvanecerse entre los dominios de lo económico, lo jurídico y lo científico técnico.
Así lo dice la declaración: “El conflicto por las plantas de celulosa a instalarse en las inmediaciones de Fray Bentos ha crecido desmesuradamente. Los abajo firmantes (…) queremos ayuda a poner la discusión en términos adecuados, clarificando los aspectos técnicos que no deberían ser objeto de controversia”; así lo dice el entrevistado Moyna: “los datos que se ponen ahí (en la declaración) son datos científicos y técnicos que no son de opinión”.
Esa voluntad de limpiar la discusión de opinión política no se vio plasmada en el caso de la entrevista al ex decano. Por el contrario, los dichos del señor Moyna estuvieron plagados de opiniones.
Una primera opinión es la que sostiene que el dato científico técnico anula, inhibe, clausura, abrevia o zanja una discusión. Creer que el dato, en sí mismo y por sí mismo, pueda tener la última palabra en una discusión es una creencia no por muy enraizada más verdadera. En ese sentido, la declaración de los químicos es ilustrativa: por un lado, se afirma que el conflicto creció “desmesuradamente”, por otro lado, se busca poner la discusión en “términos adecuados”, una vez clarificados los “aspectos técnicos que no deberían ser objeto de controversia”.
En esta visión, está presupuesto que la condición incontrovertible del “dato técnico” beneficiará al discurso que lo incluirá, volviéndolo igualmente irrefutable, amparado por ese manto de respetabilidad que luce lo incontrovertible. De este modo, aquel que esgrime los datos técnicos, creyendo esgrimir la palabra última, encontrará que todo conflicto crece “desmesuradamente”, encontrará que todo conflicto es superfluo y prescindible. Un eucalipto toma 40 litros de agua por día: he aquí un “dato técnico”, aunque no sea de los considerados por los químicos. Ahora bien, ¿qué se hace con ese “dato técnico”? ¿Se decide que miles de eucaliptos tomadores de miles de litros de agua por día es un dato técnico anodino o se decide que es un dato técnico que debe transformarse en rechazo de las forestaciones que alimentarán las fábricas de celulosa, y por ende en rechazo de dichas fábricas?
Atribuir al “dato técnico” el poder de zanjar lo que ineludiblemente es zanjado por criterios políticos e ideológicos es una creencia muy arraigada, creencia de la que el señor Moyna se hace portavoz. Ahora bien, cuando el “dato técnico” aparece como garantía de la veracidad incontrovertible de una postura política, por ejemplo: no discutamos más, instalemos las fábricas y después controlémoslas, ¿cuál es la garantía de esos datos técnicos?
En la entrevista de El Espectador, la dificultad de expresión del ex decano, la escasa fluidez de su discurso fueron la garantía de su índole científica. Al menos, esto fue lo que él mismo afirmó durante la entrevista, aunque ese tramo de su intervención no haya sido reproducido ni por la página en Internet de la radio, ni por la retrasmisión del programa el sábado siguiente. En la trasmisión en directo, finalizando la entrevista, el ex decano pidió disculpas por la falta de soltura de su exposición, y agregó que esa dificultad expresiva se explicaba por su condición de químico: si supiera expresarse, no sería químico. Dicho de otra manera, la prueba del acierto de los razonamientos sobre química del ex decano radica en su sufriente manejo de las palabras de la gente común y corriente.
Sin duda, también ésta es una creencia bastante arraigada: aquellos que se ocupan de “datos científicos y técnicos” pueden prescindir del trato con las palabras, ya que tienen conexión en vivo y en directo con la “realidad”, y las palabras resultan un estorbo sospechoso al cual mejor renunciar. En el caso de la entrevista al ex decano, esta creencia resulta particularmente falaz debido a que la mayor parte del diálogo giró en torno a opiniones del entrevistado, que poco y nada tenían de “dato técnico”.
En efecto, además de las creencias acerca de la autonomía del “dato técnico”, la intervención del ex decano abundó en la opinión según la cual la ciencia debe oponerse al fanatismo. En su afán de defender cierto proceso de producción de celulosa, el señor Moyna recurrió a la figura del fanático: “Exacto de menor calidad como papel, como material para usar para escribir y para hacer libros (…). Si usted está fanatizado lo usa igual y reclama que le den papel producido por ese proceso, aunque después el libro se le deshaga a los cinco años, porque usted está tratando de promover el proceso y no el producto. Si usted es una persona común lo que quiere es comprarse un libro y después dejárselo a sus hijos, entonces ese papel no le va a servir tanto”.
Ante la figura de la “persona común” que compra libros pensando en el legado imperecedero que constituyen, se yergue la figura del fanático, no sólo defensor de otro proceso de producción de celulosa, sino mal padre, o por lo menos padre dispuesto a legar un montón de polvillo enmohecido y amarillento a su progenie sedienta de lectura. También, la figura del “fanático” aparece bajo la variante del antojadizo un poco tilingo: “Es el papel más caro y es para mercados que exijan eso; el mercado de eso es Alemania, que por lejos es el mayor consumidor de TCF y nosotros sabemos que los alemanes cuando se ponen porfiados en defender el ambiente son porfiados. ¡Están dispuestos a pagar! A pagar más por sacarse las ganas de usarlo”.
Lo que para algunos es compromiso con el ambiente y mínima torsión de una lógica avarienta, para otros es porfiadez y sacarse las ganas: esta variación interpretativa revela que se está en el terreno de la opinión y que no se está en el dominio del “dato técnico” y su supuesta capacidad de zanjar o abreviar una discusión.
Tampoco es “dato técnico”, sino opinión común y vulgar, considerar que los ambientalistas forman parte de una categoría ridícula, no sólo porque ¡están dispuestos a pagar más! sino por buscarse interlocutores vegetales: “Entonces un grupo de ambientalistas tiene que discutir con otro grupo que son los que les hablan a los árboles, porque va a haber que cortar muchísimos árboles más por año”. Para el señor Moyna, el ambientalista preocupado por los impactos en el territorio nacional de la forestación masiva de eucaliptos poco se distingue de la señora ama de casa que, por creencia o por juego, habla con los malvones para que florezcan.
Tampoco es “dato técnico” descartar ciertas soluciones y optar por otras, por muy brillantes que éstas sean: “Eso de agarrarse de la manito toda la cadena de gente y cantar se sabe que no resuelve los problemas, los problemas se resuelven resolviéndolos en serio”.
Todavía menos puede ser considerado “dato técnico” la muy común y vulgar extorsión que consiste en someterse al mandato del más poderoso o soportar el anatema de arcaico, atrasado, no moderno: “tenemos que decidir si queremos ser parte del mundo que avanza o quedar como una especie de museo histórico”.
(Similar amenaza surge también en la declaración de los químicos: “La contaminación es inherente a la transformación del medio ambiente causada por la presencia del ser humano en números millonarios y no puede eliminarse completamente sin retroceder a estadios muy anteriores al de la civilización actual, en que la vida era bruta, sucia y breve”. Fuera de la alternativa planteada por los químicos: tiempo pasado brutal estancado / tiempo presente racional en progreso quedan millones y millones de personas, la mayor parte de la humanidad que conforma la “civilización actual”, y para las cuales la vida es hoy “brutal, sucia y breve”. Este dato no técnico permite sospechar que la “civilización actual”, la de la vida racional, limpia y prolongada, la que contamina controladamente, tiene como contracara obligada la permanencia de millones y millones de personas “en estadios muy anteriores”.)
Entre tanta ausencia de “dato técnico” y tanta presencia de opinión, se va perfilando la decisión política del entrevistado: instalar las fábricas y después ver si hay contaminación o no. Esa opinión, tan opinión como la de cualquier amigo de la pavota preocupado por la contaminación, la desertificación, el monocultivo y la privatización del agua utilizada por las forestaciones, se presenta ante la gente como un saber que emana y se nutre en las mismas fuentes de las que emanan los “datos técnicos”: un saber puro e incontaminado, filtrado de cualquier baja política.
En esa entrevista, auspiciada por las luces de los datos científicos y técnicos, sonaron demasiadas opiniones, y de las más consabidas y previsibles.
Publicado en Brecha el 10 de marzo de 2006.
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